En la tarde del miércoles 13 de noviembre el viento del suroeste asoló Galicia y aniquiló vidas y haciendas. Protección Civil había alertado de un temporal con rachas de hasta 90 kilómetros por hora. Pero un par de semanas atrás, otro aviso similar había pasado sin daños, así que el país se lo tomó con calma.Esta vez, sin embargo, la realidad enlutó todos los pronósticos, comenzaba el castigo meteorológico más duro desde el huracán Hortensia, en el lejano 1984.
El Prestige, construido en Japón en 1976, era un barco que ningún país sensato querría en sus aguas. Su bandera era de conveniencia (Bahamas) y su tripulación tenía escasa preparación (22 filipinos, algunos casi críos con bigotillo de pelusa, y dos rumanos).
Sus antecedentes tampoco inspiraban confianza: la Asociación Española de Operadores de Productos Petrolíferos lo tenían vetado y en 1999 había sido sancionado en Nueva York y Rotterdam por sendos fallos de seguridad. El barco eludía tocar los puertos de la UE y había salido de Riga (Letonia), con rumbo a Singapur, previa escala en Gibraltar.
A las 15.15 de la tarde, el petrolero, uno más de los 1.400 que pasan cada año frente a las costas gallegas, lanzó un S.O.S. Un golpe le había abierto una vía de agua en dos tanques vacíos de estribor y presentaba una escora de 25 grados. El capitán Apostolos Mangouras (un griego de 68 años, corta estatura, gesto pétreo, corazón recauchutado por un bypass y talante agrio) explicaría más tarde ante el juez que sintió «un ruido fortísimo», algo que corroboraron sus marineros. Ese mismo día, un mercante había alertado a su paso por el corredor gallego de la pérdida de 200 troncos de 17 metros de largo. La primera versión del accidente habla de una «vía de agua por fatiga». Pero hoy se especula con que un tronco impulsado por el oleaje pudo impactar como un proyectil en el costado derecho del barco, que había sido parcheado en mayo del pasado año en un ignoto astillero chino. Una hora después del S.O.S, dos helicópteros evacúan a Vigo y A Coruña a 24 tripulantes. Visten mono, están ateridos y el arrojo y la cobardía se entremezclan: un marinero se orinó durante el rescate, pero otros dos se jugaron el pellejo para cerrar una escotilla y el mar llegó a zarandearlos sobre la cubierta como peleles. A bordo se quedan Mangouras, su jefe de máquinas y su primer oficial. El capitán no iba a echar de menos a su tripulación: «Llévenselos, aquí ya sólo son un problema», gritó a los equipos de rescate. A las cinco de la tarde el petrolero comienza a expulsar su carga de fuel oíl M-100, uno de los derivados más tóxicos del petróleo, un combustible en desuso; denso, viscoso, de difícil tratamiento y con alto contenido de azufre. Para corregir la escora, Mangouras llena de agua los tanques de lastre de babor. El buque queda casi nivelado (sólo 5 grados de desviación), pero los técnicos estiman que a cambio sufre «una severa sobrecarga». En la zona del rescate los vientos son de 74 kilómetros hora y las olas, de seis metros. El capitán ha apagado los motores. El reloj galopa mientras el armador, el Gobierno y las empresas de salvamento discuten sobre las condiciones del rescate. El viejo Prestige es un botín codicioso: sus 77.000 toneladas de fuel están valoradas en 60 millones de euros (10.000 millones de pesetas) y quién lo salve puede llevarse más de un 10% del pellizco.
En la primera noche, el Ría de Vigo es el único remolcador en la zona del siniestro. En camino van el Ibaizábal I y el Chiruca. El Sertosa32 tiene que dar vuelta por avería. A lo largo de la tarde-noche del miércoles, el Ministerio de Fomento asume (vía fax) el monopolio de la información oficial. A las 6.30 (tres horas después del accidente), Fomento emite un comunicado para dar cuenta de que un petrolero con bandera de Bahamas se está hundiendo a 50 kilómetros de Fisterra. A las ocho de la tarde, la compañía holandesa Smit (la que reflotó el submarino Kursk) firma con el armador el acuerdo que la hace cargo del rescate.
Al final del miércoles, el barco ha perdido unas 6.000 toneladas de fuel. La mancha es ya de diez kilómetros de largo y 300 metros de ancho. Galicia se acuesta con el anuncio del Gobierno de que el petrolero será alejado de inmediato a 120 millas de la costa.
Está arrancando un triste vodevil.
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Primer dia |
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Segundo dia |
¡Mi madriña! ¿Pero que fai eso aí? Galicia se despierta con el Prestige a sólo 4 millas de Muxía. A lo largo de la noche ha sido imposible amarrar el petrolero y el Gobierno filtra que el capitán se resistió al remolque. A las diez de la mañana el monstruo herido alcanza su punto más cercando a la costa. Se puede ver a simple vista y hay corrillos de curiosos en el santuario da Virxen da Barca, en la Punta da Buitra, en Touriñán.
El fuel asoma a dos millas de una tierra donde se extienden algunas de las playas más salvajes, bravas y hermosas de Galicia. «El mar huele a gasolinera», comenta un marinero que viene de marea. Los políticos con más reflejos (pocos) se acercan aquella mañana a Muxía. Primero llega Beiras, y más tarde lo hace el socialista Cortizo. El presidente Fraga habla en Santiago sobre el corredor y comenta que «hoxe os canales de paso están ben trazados, o importante é que todo o demáis seña respetado».
Las autoridades dicen que confían en que la mancha se desplace al noroeste, rumbo al Reino Unido. Un tripulante del remolcador Sertosa 32 da cuenta de la titánica batalla perdida que se libró durante toda la noche: «El barco se iba a las piedras y el fuel salía sin parar, era algo impresionante». La compañía de salvamento Smit baraja dos soluciones: trasvasar el fuel en una rada tranquila o llevar el barco a un puerto que quiera recibirlo y descargarlo (A Coruña está muy cerca y el pantalán de Repsol reúne todas las condiciones). El ferrolano Arsenio Fernández de Mesa, delegado del Gobierno en Galicia, inicia su semana de gloria mediática y sale a la palestra para anunciar que el Prestige no tocará puerto español. El Gobierno no quiere un engorro visible desde la costa. A los ecologistas les desagrada la táctica elegida:
«Lo que están haciendo es esconder la basura debajo de la alfombra».
A la una de la tarde el Ría de Vigo y el Sertosa 32 logran enganchar al Prestige. Una hora y media después se encienden los motores auxiliares del petrolero. A las doce de la noche, está a 65 millas y se anuncia que a las cuatro de la madrugada llegará a las 120. Según la autoridad competente, «a esa distancia los derrames estarán en gran medida mitigados». El problema parece controlado. Fomento tiene 7.800 metros de barreras y 13 skimmers aspiradores. Se espera que esa noche los instalen para proteger Laxe, Muxía, Camariñas, Corme y Camelle. «As noticias son favorables, din que poderase evitar que a mancha chegue á costa», calcula esperanzado Evaristo Lareo, el presidente de la Federación Provincial de Cofradías.
Tras 24 horas de silencio, habla Álvarez Cascos, el ministro que tutela el caso, y anuncia acciones legales de España contra Grecia y Letonia. Bruselas califica al Prestige de buque «sospechoso» y añade algo que por entonces ya sabe toda Galicia: hace mucho tiempo que debió haber sido inmovilizado.
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Tercer dia |
El barco, que tenía que estar a 120 millas a las cuatro de la madrugada, está a 62 millas y malherido cuando despunta el sol del tercer día. Sólo se ha logrado alejarlo a la mitad de la distancia prevista y presenta una brecha de 40 metros en el casco. Al mediodía se apagan los motores para que no crezca la grieta. El temporal machaca la zona y el buque permanece 12 horas sin avanzar. El capitán es detenido, acusado de desobediencia y delito ecológico. Ya no queda nadie a bordo y las malas noticias arrecian. Así que el Gobierno convierte la llegada de Apostolos Mangouras a Alvedro en un pequeño espectáculo: paso libre a las cámaras y un fornido guardia civil sujetando al enjuto marino por cada brazo. La tensión acelera el corazón parcheado del capitán, que será ingresado unas horas en el Juan Canalejo por una crisis coronaria. Los nervios se van destemplando y los portavoces comienzan a derrapar. Dado el tamaño de la grieta, se especula con que el barco puede partirse. El delegado del Gobierno y Marina Mercante tranquilizan a la opinión pública: si el Prestige se tronza en dos, «se remolcarán de forma independiente proa y popa para alejarlas al máximo». El conselleiro de Pesca garantiza a los marineros que «tendrán cubierta cualquier paralización de su actividad» y también da ánimos al país: estuvo a punto de producirse un nuevo Erika, «pero se ha evitado». En la costa se ven las primeras aves manchadas de fuel. Pero el dispositivo contra la marea negra («vertido», según la versión oficial) aún no se ha desplegado, «a la espera del momento justo». La mancha está a 5 kilómetros de las Islas Sisargas, un pequeño paraíso ornitológico, y a 11 kilómetros de O Roncudo, las rocas de Corme donde crecen unos percebes casi mitológicos.
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Cuarto dia |
La marea negra toca tierra y contamina 190 kilómetros de costa (una distancia equivalente a ir de A Coruña a Vigo por carretera). Entre Fisterra y Mera (Oleiros) quedan prohibidos la pesca y el marisqueo. Vecinos y visitantes pasean sobrecogidos por Razo, Baldaio y Caión, cubiertos de mierda negra. Los percebes de O Roncudo ya son historia por este año.
Hay cormoranes, alcatraces, gaviotas, araos, patos y delfines muertos. Seis mil trabajadores y 2.500 barcos están condenados al paro. La sabiduría de la gente resume con exactitud sarcástica las proporciones del drama: «Non vai a quedar sitio en Canarias para tanta xenté». Mucha juventud de la Costa da Morte está emigrada en las islas, donde abunda el trabajo de camarero y peón. De los que se quedaron, muchos viven del percebe. Un percebeiro puede levantarse en Navidad 2.400 euros en un mes (cerca de medio millón de pesetas).
El Gobierno reacciona: traen barreras del Cantábrico y del Reino Unido hasta completar los 18 kilómetros. Pero su esfuerzo resultará casi baladí: el temporal es inmisericorde y el oleaje hace que la macha salte por encima de las protecciones.
¿Y el Prestige?, ¿dónde anda ahora la ruleta rusa de esta historia? Pues a 48 millas (86 kilómetros). Avanza hacia el sur con los motores apagados, a una velocidad de un nudo y a la espera de un súper-remolcador chino que lo aleje con más pulso que los exhaustos Alonso de Chaves y Ría de Vigo.
¿Y los políticos?, ¿dónde están los políticos?
El presidente del Gobierno, anda por Punta Cana (República Dominicana), donde se celebra la cumbre de mandatarios iberoamericanos, y desde allí advierte que la crisis afectará «al contencioso de Gibraltar». El ministro de Pesca, Arias Cañete, está en Sevilla, y declara, con la seguridad del que lo ve desde lejos, que «la rápida actuación de las autoridades españolas ha evitado una verdadera catástrofe pesquera y ecológica».
El ministro de Medio Ambiente, que ha estado pensando durante cuatro días en silencio, hace por fin sus primeras declaraciones (pura rutina) sobre la mayor catástrofe ecológica que ha sufrido España en este arranque de siglo. El presidente de la Xunta inicia un viaje secreto a Aranjuez; donde hoy y mañana asistirá a una controvertida cacería.
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Quinto dia |
A modo de castigo ejemplar, el capitán griego, que remoloneó durante el rescate con el criterio de que alejar el barco llevaría a su destrucción, ingresa en la cárcel de Teixeiro, bajo una fianza de 3 millones de euros (casi quinientos millones de pesetas). El Gobierno y los armadores polemizan sobre el destino del petrolero, que ha sufrido la rotura de un tercer tanque. El Prestige, que sigue sangrando negro, está parado a la altura de Corrubedo, a unas 60 millas de la costa (80 según De Mesa; 65 según Smit y 55 para López Veiga).
El De Da, el remolcador más grande del mundo, sale de Vigo a las nueve de la noche con el objetivo de girar el petrolero para que las olas dejen de aporrear su costado más débil. En tierra se comienza a limpiar, muy tímidamente. Según Fomento trabajan 350 personas. Como la mancha se extiende a lo largo de 190 kilómetros, toca a 1,8 kilómetros de residuos por operario.
En medio del desasosiego, la Xunta y el Gobierno prometen que las ayudas se cobrarán antes de Navidad. O dicho en palabras de López Veiga: «Aquí ninguén quedará sin o turrón». Galicia es un país de caras tristes. Aprovechando el día festivo, la pena muda de las legiones de paseantes se deja sentir por toda la costa mancillada. En las playas aún se suda poco. Los más activos son los ecologistas, que con mascarillas y cajas de cartón buscan por la arena aves petroleadas.
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Sexto dia |
El Prestige se pasea, como si una mano negra se empecinase en extender su reguero viscoso por toda la costa gallega. El mal tiempo, la penuria de los medios de auxilio y las polémicas entre el Gobierno y las empresas de rescate han marcado su rumbo errático. El barco cae hasta la altura de Marín. El Gobierno comunica por escrito y verbalmente que el petrolero (una bomba de tiempo con 68.000 toneladas de fuel en su panza) ha entrado en la Zona Económica Exclusiva de Portugal. Pero los lusos se percatan del embolado: lo desmienten, lo rechazan y hacen zarpar a su fragata Joao Coutinho. El Prestige habrá de virar otra vez cara al norte.
Han transcurrido seis días de dudas, vueltas y derrames. El barco es un cadáver a flote. «La chapa de la cubierta ya no existe. Es como si le hubiesen dado un mordisco», describe un técnico de la firma de rescates Tecnosub. El De Da tira ahora del esqueleto del Prestige. El remolcador chino ofrece una potencia de 21.500 caballos (supera él solo a las cuatro naves españolas que han venido peleando con el petrolero; pues el Alonso de Chaves, el más potente, sólo tiene 3.500 caballos). La mancha alcanza Porto do Son y amenaza la Ría de Arousa, la ría marisquera más rica del mundo. La prohibición de pescar se amplía hasta cabo Prioriño, en Ferrol. Además (y por fin) se decide recurrir a los efectivos del Ejército y de la Armada, que se dejan ver pala en mano por los arenales. Las ayudas económicas se concretan. Por cada día de inactividad, los pescadores y mariscadores percibirán 30 euros (5.000 pesetas), unas 150.000 pesetas al mes. Este lunes, acabado el Fin de Semana y seis días después del naufragio, el Gobierno de España se percata de la gravedad de la tragedia que está acaeciendo en el mar de Galicia. Así, en La Moncloa se crea un gabinete interministerial, coordinado por el vicepresidente Rajoy, en el que participan los subsecretarios de 11 ministerios. Y siguen las declaraciones. Vázquez, el alcalde de A Coruña, que ha sellado con planchas metálicas el acuario de la ciudad, propone quemar el buque con bombas de fósforo. Días después, Trillo, el ministro de Defensa, reconocerá que el Ejecutivo sopesó esa idea. Manuel Fraga, de vuelta de su expansión cinegética en Aranjuez, anuncia que el jueves, nueve días después del S.O.S en Fisterra, visitará la zona dañada. El presidente de la Xunta endurece sus críticas a un corredor que hace cinco días consideraba bien trazado y pide ahora que «lo aparten». El delegado del Gobierno calcula que hay 50 kilómetros de costa «realmente dañados». Se equivoca un poco: ha contado 140 kilómetros de menos.
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Septimo dia |
A las 8.50 de la mañana, en el séptimo día de atolondrada singladura hacia ningún sitio, sucedió lo que todo el mundo esperaba: el Prestige se partió. Se encontraba a 260 kilómetros de las Islas Cíes y había recorrido 243 millas (437 km). Sus bodegas albergan aún 66.000 toneladas de fuel y se calcula que al partirse pierde 5.000 toneladas más (según certificará Rajoy el viernes, tras el Consejo de Ministros).
Vientos del Suroeste y olas de seis metros empujan la nueva mancha en dirección a Galicia. La popa se hunde a las 12 del mediodía y la proa lo hará a las cuatro de la tarde. Los técnicos calculan que los restos del barco tardaron unas 20 horas en tocar el lecho oceánico, a 3.500 metros de profundidad. Se abre un gran debate: ¿qué ocurrirá con los tanques de fuel en esas aguas abisales, donde la temperatura es de 2,3 grados? El Gobierno, enarbolando a la bandera del optimismo hasta el final, da por hecho que el fuel se solidificará en los tanques, debido al frío. Algunos técnicos replican que los contenedores estallarán por la presión y la erosión y que el combustible, al ser menos denso que el agua, saldrá a la superficie. Al día siguiente, observadores franceses y portugueses detectarán nuevas bolsas de fuel en la zona donde se tronzó el petrolero. El Gobierno español lo desmentirá. Tras el hundimiento, se abre otro debate: ¿cuánto fuel ha derramado el Prestige? Álvarez Cascos lo resume así: perdió 6.000 toneladas en los primeros días y 5.000 al hundirse. La Voz de Galicia concreta que fueron 9.000 toneladas en la ruta costera y 11.000 en el naufragio. Arsenio Fernández de Mesa, parafraseando el «sólo sé que no sé nada» de Sócrates, lo resuelve con esta frase: «Hay una cifra clara, y es que la cantidad que se ha vertido no se sabe».
El Erika, el referente en el que todos piensan con congoja, dejó 10.000 toneladas hace tres años y Bretaña aún no ha cicatrizado la herida. Siete días después de que el océano se tragase al Prestige, el conselleiro de Pesca confirmará que el buque perdió 11.000 toneladas al irse a pique: el doble de lo que afirmó el Gobierno en un primer momento.
Aterriza Rajoy
En la mañana del hundimiento llega a Galicia Mariano Rajoy, la máxima autoridad que ha visitado hasta ahora la zona afectada. El Vicepresidente se sube a un helicóptero y perita los daños desde el aire. Luego ofrece una rueda de prensa en la sede de la Cofradía de Caión (una villa mínima, un roca encajonada en el mar que por causa de su desgracia ha visto estos días su nombre impreso en las primeras planas de los periódicos de medio mundo). Rajoy anuncia que se declarará la «zona de emergencia». Fiel a una coletilla que ha hecho fortuna entre nuestra clase política, explica que «las cosas se han hecho razonablemente bien», que el barco «se hundió a una distancia razonable y prudencial». Esa misma noche, Rajoy estará ya en un acto en Sevilla. En el día del hundimiento, Cañete, el ministro de Pesca, se encuentra en Madrid, participando en una conferencia sobre agricultura y desarrollo rural. Álvarez Cascos, el responsable de Fomento, ministerio que parece estar al mando del operativo, se halla también en Madrid. Jaume Matas, el Ministro de Medioambiente, está en Málaga, donde la inauguración de una depuradora reclama su atención. En el Parlamento de Galicia, los grupos son incapaces de consensuar una declaración institucional sobre la mayor tragedia ecológica de la historia del país. En el extranjero se escuchan palabras más duras. Chirac truena en el Eliseo contra «la incapacidad» de la UE para evitar catástrofes náuticas y se declara «horrorizado» por la marea negra que salpica Galicia. The New York Times, el rotativo más prestigioso del orbe, escribe que el desastre gallego «podría ser mayor que el que causó en Alaska el Exxon Valdez en 1989». En Inglaterra, The Guardian, opta por una mala uva cruel: «¿Tiene un problema pegajoso? No se preocupe, puede verterlo en las costas africanas». Salen a la luz datos para el sonrojo: ni en Galicia ni en ningún puerto de España hay un solo barco anticontaminación. Se sabe también que el Gobierno ha rechazado ofertas de ayuda de Alemania, Italia y Gran Bretaña. Los servicios de limpieza anuncian que mañana (al octavo día del desastre) comenzarán a contactar con los voluntarios que han llamado al teléfono de colaboración.
En la Ría de Arousa, los marineros, nerviosos e impotentes, proponen blindar la ría formando una barrera con sus barcos. En otros puertos, se habla de armar protecciones trenzando los aparejos de pesca. En Noia y en las bateas se apura la recolección de berberechos y mejillones mirando el reloj, porque el tiempo acerca nuevas manchas. Las mariscadoras de A Costa da Morte, embadurnadas hasta las cejas, ya sólo cosechan petróleo. Mañana, ocho días después del día en que empezó todo, vendrá Jaume Matas a tocar las papas de fuel de Barrañán con una mano enguantada. El jueves el turno de gira será para Rodríguez Zapatero y Manuel Fraga. El presidente de la Xunta llega a Caión con el aguinaldo, porque él «trae dinero» no como otros, que «sólo traen palabras». Lo sorprendente es que la ocurrencia de Fraga será saludada con aplausos por los vecinos.
El futuro
En los últimos 30 años, Galicia, la región más dependiente del mar de la UE, ha sufrido siete de los once mayores desastres náuticos de Europa. Unas 300.000 toneladas de petróleo han degradado las costas gallegas en esas tres décadas. El Prestige, a falta de los daños que puedan venir de los tanques que reposan bajo el Atlántico a 3.500 metros, ha propagado su peste a lo largo de más de 500 kilómetros del litoral gallego. Por extensión, es ya la mayor catástrofe ecológica de la historia de Galicia.
El Prestige dejará lecciones y tendrá consecuencias de toda índole. La catástrofe sufrida por Galicia ha agitado las conciencias europeas. Sin esperar al concurso de Aznar, el presidente del país afectado, Chirac y Schröeder pactaron el 22 de noviembre la toma de medidas para adelantar la prohibición de los buques de un solo casco, que estaba prevista para el lejano 2015. Por su parte, el Gobierno anunció que comprará nuevos remolcadores, de mayor potencia, y pretende imponer a las petroleras españolas la adquisición de barcos anticontaminación. La desgracia servirá a los científicos para aclarar qué sucede cuando los tanques de fuel se hunden en aguas profundas. Un robot submarino francés, similar al Abyssub 5000 que hurgó en las entrañas del Titanic, descenderá hasta la tumba del Prestige. Los restos del barco abren grietas además en la política doméstica. El golpe medioambiental provoca que los socialistas gallegos presenten una moción de censura contra el presidente de la Xunta, al que reprochan el haberse ido de caza a Aranjuez en el fin de semana del 17 y 18 de noviembre (un hecho que negó por dos veces ante la opinión pública). El petróleo ha embadurnado también la luna de miel entre Fraga y Beiras: tras la tregua de la merluza al albariño que escenificaron en un restaurante de Santiago vuelven a intercambiar epítetos hostiles con el vigor de antaño. Pero lo más importante del futuro se juega hoy en la costa. Galicia observa demudada una marea negra que navega totalmente fuera de control.
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Olas de fuel y mareas de Dignidad |
Galicia, país antiguo, cuenta con varios mojones que trazan su historia. En el año 977, el visir Abu Amir Muhammad, Almanzor, subió al norte y saqueó Compostela. En el 1065, Galicia se convirtió en un reino independiente, una aventura que acabó sólo seis años después. El siglo XV se sobresalta con las revueltas Irmandiñas, levantamiento anti señorial que muere en derrota en 1469. En el siglo XIX, la vieja Galicia sorprende con un guiño liberal y en 1820 se alza contra el rey felón Fernando VII. El siglo XX abunda en hitos: el primer estatuto de autonomía es antesala del golpe de Estado de Franco, que dejará un reguero de 3.500 gallegos muertos a golpe de consejos de guerra y paseos criminales. Aquella fue, además, la centuria del éxodo. En los primeros 75 años del siglo XX muchos de los mejores esquivan el hambre y buscan vida en el extranjero (en 1900, los gallegos suponíamos el 10,6% de la población española; en 1996, ya éramos sólo el 7%). Con la restauración de la democracia, la economía mejora, concluye la gran escapada y se recupera el autogobierno, con un nuevo Estatuto de Autonomía en 1980.
En el futuro, el segundo año del siglo XXI también será citado cuando se recapitule la andadura varias veces milenaria del país.
A finales del año 2002, Galicia sufrió la mayor catástrofe de su historia. A las dos y cuarto de la tarde del 13 de noviembre el Prestige, un petrolero monocasco de 26 años de edad y chapa parcheada, lanza un mayday a 50 kilómetros de Fisterra. Nadie sabía que sólo dos meses después de aquel S.O.S. se estaría hablando de un derrame de fuel de 26.000 toneladas, que ha contaminado 913 de los 1.121 kilómetros de costa de Galicia y que laminará el 10% de nuestro Producto Interior Bruto. La peste ha recorrido 1.300 kilómetros .Ha viajado desde un cementerio marino, a casi cuatro kilómetros de profundidad, hasta la lejana costa atlántica de Francia, que se vio obligada a cerrar sus parques de ostras el día de Reyes. Pero la tragedia tiene un reverso luminoso: ante el absentismo y la falta de reflejos del Estado, la sociedad civil gallega tomó el timón de su destino y desmintió una abulia y un individualismo que se temían endémicos. Los marineros y las mariscadoras de las Rías Baixas pararon el fuel con sus puños, en una epopeya que tuvo eco en todas las pantallas mediáticas del mundo global. Los ciudadanos exigieron en las calles dignidad y respuestas. Bajo un aguacero casi bíblico, el 1 de diciembre más de cien mil personas se empaparon en las rúas de Santiago para pedir un golpe de timón político. La queja se repitió el día 11, con otras cien mil personas en Vigo y 40.000 en Pontevedra.
Y mientras la UE despachaba a Galicia con una ayuda de 5 millones de euros, las empresas del país dieron un paso adelante y más de una superó por sí sola la magra aportación del coloso europeo. El 13-N supuso también un hito solidario. Sin que a nadie se le ocurriese llamarlas, millares de personas anónimas, conmovidas por la hecatombe ecológica, viajaron hasta el Finisterre para enfundarse el buzo blanco, sentir la náusea del petróleo y raspar la costa centímetro a centímetro. En Galicia, el siglo XXI empezó en el 2002 hubo olas de fuel; y mareas de dignidad.
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Primer Acto |
El 19 de noviembre el Atlántico se traga al Prestige. El naufragio se produce a 234 kilómetros de Fisterra, a la altura de las Cíes. La proa, la parte más dañada, cae a 3.800 metros de profundidad y la popa, a 3.500. Durante seis días el barco se ha paseado a lo largo de la costa occidental gallega, recorriendo 435 kilómetros. Desde el 16 de noviembre las playas de la Costa da Morte aparecen embadurnadas de fuel, sin que nadie se ocupe por ahora de limpiarlas. El mismo día del hundimiento, las embarcaciones de Portosín y Muxía intentan todavía faenar; largan los aparejos y cuando los izan emergen impregnados de chapapote.
Por ahora, el optimismo aún manda en las valoraciones oficiales. En su comparecencia diaria, Arsenio Fernández de Mesa (ferrolano de 47 años), delegado del Gobierno, augura que «el fuel del Prestige que se ha ido al fondo se solidificará, debido a las bajas temperaturas, y allí se quedará para siempre». Los observadores portugueses discrepan y mantienen desde el primer momento que el hidrocarburo está aflorando en el lugar donde se hundió el petrolero. El Nautile zanjará la polémica entre lusos y españoles. El submarino francés de vanguardia revelará que los restos del buque presentan 23 grietas y que están perdiendo unas 125 toneladas de fuel al día. En la jornada siguiente al hundimiento, 295 kilómetros de la costa gallega ya están contaminados y el chapapote mancha 90 playas y humedales. Las primeras fotografías por satélite han revelado además toda la magnitud del vertido con una elocuencia irrefutable. El mallorquín Jaume Matas, de 46 años, viaja entonces a Galicia. Siete días después de que comenzase la mayor catástrofe ecológica de la historia de España, el ministro de Medio Ambiente decide que ya es hora de acudir a interesarse por el
asunto. Matas justifica su ausencia: «Lo que nosotros hemos hecho es la labor que había que hacer, lejos de cualquier protagonismo». Y se suma a la consigna del optimismo: recuperar las playas de Galicia «llevará unos seis meses» y la inversión para reparar el daño será de 42 millones de euros (7.000 millones de pesetas). El 13 de diciembre, el Gobierno comunicará a la UE que la limpieza supondrá 200 millones de euros. A día de hoy, el último cálculo
del Ejecutivo español habla ya de mil millones de euros (166.000 millones de pesetas). Mientras Matas baja al arenal de Barrañán
(Arteixo) y toca el pringue con mano enguantada y rostro compungido, sólo 150 soldados y 110 peones se ocupan de recoger fuel en Galicia: 260 efectivos frente a una marea negra. Con más reflejos, la gran prensa internacional intuye en sus titulares la inmensa magnitud de la catástrofe. El Washington Post titula que «será peor que el Exxon Valdez». La revista alemana Der Spiegel
alerta de que «una bomba de relojería hace tictac en el fondo del mar».
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Con dinero en la mano |
Dos días después del hundimiento, Manuel Fraga decide personarse en la Costa da Morte. Su mutismo hasta ahora ha sido muy comentado. Fraga (vilalbés de 80 años) es un político afecto a patear el terreno. En el siniestro del Mar Egeo, diez años atrás, se plantó en los bajíos de la Torre de Hércules en las primeras horas. Yo vengo con dinero en la mano, con cosas concretas, y otros vienen a hablar, argumenta el presidente de la Xunta.
Contra pronóstico, algunos vecinos saludan las palabras de su reaparición con aplausos. El fuel mancha ya desde Ribeira a Cabo Prior y se prohíbe pescar en esa franja. El chapapote ha llegado a Ferrol y a las faldas batidas de la Torre de Hércules. La recogida es desordenada. La mayoría de los que trabajan en la costa son empleados municipales. Se producen los primeros ejemplos de desorganización, que serán una constante en las tres primeras semanas de la crisis. En Cee se agrupa el fuel en montículos, pero se queda en playa porque no hay medios para retirarlo. Por ahora, el papel del personal de la Xunta se reduce a perseguir pájaros petroleados y chequear las playas y acantilados desde vehículos todoterreno. La Delegación del Gobierno da una buena noticia y distribuye un comunicado de la Asociación Española de Ingenieros Navales, que vaticina que «el fuel se va a solidificar y el buque soportará la presión y la corrosión». Además, el riesgo de que las manchas alcancen las Rías Baixas es «bajo».
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Olas que rompen farolas |
El viernes 22 de noviembre el mar escupe fuel en el malecón de Muxía. Las olas negras, cebadas por el hidrocarburo,
cobran tal peso que son capaces de derribar los globos de las farolas del paseo de O Coído. Las imágenes apocalípticas de la
que acabará por llamarse la «zona cero» estimulan a las administraciones. Madrid sube 10 euros diarios las ayudas fijadas por la Xunta. La UE autoriza a España a redistribuir sus Fondos Estructurales para el sexenio 2000-2006.
Quinientas personas se ocupan ya de limpiar las playas. Pero los ediles parecen insatisfechos. Rafael Mouzo, alcalde nacionalista de Corcubión, convalece de un cáncer que él achaca a otra bomba náutica, el Casón. Pero ha desertado de su cama en un hospital de Barcelona para tratar de organizar a sus paisanos: «Isto é un auténtico desastre. Si se quixera facer peor non creo que se pudiera» En Porto do Son, el primer edil, el socialista Ramón Quintáns, cuantifica los medios que les ha facilitado la administración: «Unhas caixas para recoller paxaros». Juan López Uralde, el director ejecutivo de Greenpeace España, suelta una frase lapidaria: «El Estado ha abandonado Galicia». Andando los días, conspicuos políticos gallegos darán por bueno su diagnóstico.
Galicia ha sufrido siete de las once mayores catástrofes náuticas
de Europa en los últimos 30 años. Se calcula que en esas tres décadas 300.000 toneladas de fuel han empobrecido la costa gallega. Las lecciones de la historia no han calado. Cuatro días después del naufragio del Prestige, 400 kilómetros de litoral padecen la contaminación. El vicepresidente Mariano Rajoy (pontevedrés de 47 años) explica que no es una marea negra, porque «aunque afecta a una parte importante de la provincia de La Coruña, se trata de manchas muy localizadas».
Ese mismo 23 de noviembre, la oposición asegura que Manuel Fraga y los conselleiros Del Álamo (responsable de Medio Ambiente) y Cuíña han participado en una jornada de
caza en Aranjuez en el fin de semana del 16 y 17 de noviembre,
momento en que se produjo la primera marea negra, tres días después del mayday del petrolero. El presidente sale al paso de la acusación al día siguiente. Asegura que «esos comentarios me
producen risa» y explica que «el asunto es sencillamente una patraña». Posteriormente, admitirá que participó en la jornada cinegética, aunque alegará que «sólo estuve cuatro horas y me volví sin comer». Mientras se incuba la galerna política, en la costa no hay tregua. El fuel entra por tercera vez en Muxía. «É como lanzar unha pelota contra un muro, sempre volve», rosman los limpiadores. En Camelle, Man el anacoreta germano que vive en taparrabos en una chabola desde 1961, musita una frase premonitoria al ver arruinado su modesto parque escultórico: «Quiero morir. Esto es como la muerte».
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Segundo Acto |
A finales del mes de noviembre Galicia palpa el horror. La prohibición de pescar va desde Punta Falcoeiro, en Ribeira, a Punta Candelaria, en Cedeira, y afecta a 2.250 barcos de los 6.961 de Galicia. Ya se admite que el vertido puede ser de 20.000 toneladas (hoy se habla de 26.000) y que está compuesto por uno de los derivados más residuales y nocivos del petróleo: el fuel del barco de Bahamas estaba formado en un 40% por hidrocarburos aromáticos, los más peligrosos y cancerígenos. La Armada Española comienza
a patrullar por el corredor de Fisterra,
donde ahora petroleros desaprensivos limpian sus tanques a destajo. El jueves 29 de noviembre la gran mancha que se formó al quebrarse el buque
se sitúa a sólo 35 kilómetros de Fisterra. Poner distancia entre el cadáver del Prestige y la costa ha resultado un parche estéril, casi infantil. Y es que el fuel ha corrido de Oeste a Este a una media de 40 kilómetros por día. Galicia entra en estado de alerta. El Rey anuncia que el lunes viajará a la costa (un gesto de calado, porque el presidente del Gobierno aún no lo ha hecho) y se oye hablar por vez primera de una plataforma llamada Nunca Máis, que convoca una manifestación para el domingo en Santiago. Rajoy certifica que «el vertido en la zona del hundimiento es de combustible propio del buque». En Muxía se produce una marcha espontánea de 4.000 personas. En Bruselas advierten que la UE no liberará fondos adicionales por los daños del Prestige. El viernes 29 de noviembre comienza la segunda marea de fuel, la gran ola negra. «Veñen
tempos moi difíciles», acierta a anticipar López Veiga , el conselleiro de Pesca.