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Manifestación en Santiago

El domingo 1 de diciembre Santiago alberga una de las mayores manifestaciones de la historia de Galicia. Jarrea y la multitud es tal que dos horas después de que la cabeza de la marcha alcance el Obradoiro, la cola aún está arrancando en la Alameda. Nacen gritos que harán fortuna: «O do bigote, que limpie o chapapote».







Las arterias del tráfico se colapsan, hasta el punto que Audasa hace una excepción e indulta el peaje a los automovilistas que siguen tratando de llegar a Santiago por la A-9. El escritor Manuel Rivas, convertido en rostro público de la plataforma Nunca Máis (que luego se dirá regida por el BNG) lee tres veces, con voz ahogada, enérgica y nerviosa, un manifiesto que reclama la declaración de zona catastrófica, un dispositivo de salvamento, un plan de emergencia, una legislación internacional «contra o capitalismo
delincuente» y la dimisión de las autoridades que «permitiron que o accidente tivera as peores consecuencias».
La marcha de Santiago parece ajena a la clase política al uso. Zapatero acude, pero es recibido con una lluvia de huevos. El PP se ha apartado.
A la misma hora de la riada humana, la Xunta celebra Consello Extraordinario (en domingo). Es una cumbre borrascosa. Los conselleiros de perfil político se enfrentan con tono bronco con los de cariz técnico. Pérez Varela, Cuiña, Miras y Diz Guedes piden que la Xunta tome el timón de la crisis. Orza, Pita y Palmou
descalifican su propuesta. Fraga guarda silencio, pero dos días después la Xunta pasa a coordinar la lucha contra la catástrofe.


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