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Olas de fuel y mareas de Dignidad

Galicia, país antiguo, cuenta con varios mojones que trazan su historia. En el año 977, el visir Abu Amir Muhammad, Almanzor, subió al norte y saqueó Compostela. En el 1065, Galicia se convirtió en un reino independiente, una aventura que acabó sólo seis años después. El siglo XV se sobresalta con las revueltas Irmandiñas, levantamiento anti señorial que muere en derrota en 1469. En el siglo XIX, la vieja Galicia sorprende con un guiño liberal y en 1820 se alza contra el rey felón Fernando VII. El siglo XX abunda en hitos: el primer estatuto de autonomía es antesala del golpe de Estado de Franco, que dejará un reguero de 3.500 gallegos muertos a golpe de consejos de guerra y paseos criminales. Aquella fue, además, la centuria del éxodo. En los primeros 75 años del siglo XX muchos de los mejores esquivan el hambre y buscan vida en el extranjero (en 1900, los gallegos suponíamos el 10,6% de la población española; en 1996, ya éramos sólo el 7%). Con la restauración de la democracia, la economía mejora, concluye la gran escapada y se recupera el autogobierno, con un nuevo Estatuto de Autonomía en 1980.
En el futuro, el segundo año del siglo XXI también será citado cuando se recapitule la andadura varias veces milenaria del país.





A finales del año 2002, Galicia sufrió la mayor catástrofe de su historia. A las dos y cuarto de la tarde del 13 de noviembre el Prestige, un petrolero monocasco de 26 años de edad y chapa parcheada, lanza un mayday a 50 kilómetros de Fisterra. Nadie sabía que sólo dos meses después de aquel S.O.S. se estaría hablando de un derrame de fuel de 26.000 toneladas, que ha contaminado 913 de los 1.121 kilómetros de costa de Galicia y que laminará el 10% de nuestro Producto Interior Bruto. La peste ha recorrido 1.300 kilómetros .Ha viajado desde un cementerio marino, a casi cuatro kilómetros de profundidad, hasta la lejana costa atlántica de Francia, que se vio obligada a cerrar sus parques de ostras el día de Reyes. Pero la tragedia tiene un reverso luminoso: ante el absentismo y la falta de reflejos del Estado, la sociedad civil gallega tomó el timón de su destino y desmintió una abulia y un individualismo que se temían endémicos. Los marineros y las mariscadoras de las Rías Baixas pararon el fuel con sus puños, en una epopeya que tuvo eco en todas las pantallas mediáticas del mundo global. Los ciudadanos exigieron en las calles dignidad y respuestas. Bajo un aguacero casi bíblico, el 1 de diciembre más de cien mil personas se empaparon en las rúas de Santiago para pedir un golpe de timón político. La queja se repitió el día 11, con otras cien mil personas en Vigo y 40.000 en Pontevedra.
Y mientras la UE despachaba a Galicia con una ayuda de 5 millones de euros, las empresas del país dieron un paso adelante y más de una superó por sí sola la magra aportación del coloso europeo. El 13-N supuso también un hito solidario. Sin que a nadie se le ocurriese llamarlas, millares de personas anónimas, conmovidas por la hecatombe ecológica, viajaron hasta el Finisterre para enfundarse el buzo blanco, sentir la náusea del petróleo y raspar la costa centímetro a centímetro. En Galicia, el siglo XXI empezó en el 2002 hubo olas de fuel; y mareas de dignidad.

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