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Primer dia


En la tarde del miércoles 13 de noviembre el viento del suroeste asoló Galicia y aniquiló vidas y haciendas. Protección Civil había alertado de un temporal con rachas de hasta 90 kilómetros por hora. Pero un par de semanas atrás, otro aviso similar había pasado sin daños, así que el país se lo tomó con calma.Esta vez, sin embargo, la realidad enlutó todos los pronósticos, comenzaba el castigo meteorológico más duro desde el huracán Hortensia, en el lejano 1984.







El Prestige, construido en Japón en 1976, era un barco que ningún país sensato querría en sus aguas. Su bandera era de conveniencia (Bahamas) y su tripulación tenía escasa preparación (22 filipinos, algunos casi críos con bigotillo de pelusa, y dos rumanos).
Sus antecedentes tampoco inspiraban confianza: la Asociación Española de Operadores de Productos Petrolíferos lo tenían vetado y en 1999 había sido sancionado en Nueva York y Rotterdam por sendos fallos de seguridad. El barco eludía tocar los puertos de la UE y había salido de Riga (Letonia), con rumbo a Singapur, previa escala en Gibraltar.
A las 15.15 de la tarde, el petrolero, uno más de los 1.400 que pasan cada año frente a las costas gallegas, lanzó un S.O.S. Un golpe le había abierto una vía de agua en dos tanques vacíos de estribor y presentaba una escora de 25 grados. El capitán Apostolos Mangouras (un griego de 68 años, corta estatura, gesto pétreo, corazón recauchutado por un bypass y talante agrio) explicaría más tarde ante el juez que sintió «un ruido fortísimo», algo que corroboraron sus marineros. Ese mismo día, un mercante había alertado a su paso por el corredor gallego de la pérdida de 200 troncos de 17 metros de largo. La primera versión del accidente habla de una «vía de agua por fatiga». Pero hoy se especula con que un tronco impulsado por el oleaje pudo impactar como un proyectil en el costado derecho del barco, que había sido parcheado en mayo del pasado año en un ignoto astillero chino. Una hora después del S.O.S, dos helicópteros evacúan a Vigo y A Coruña a 24 tripulantes. Visten mono, están ateridos y el arrojo y la cobardía se entremezclan: un marinero se orinó durante el rescate, pero otros dos se jugaron el pellejo para cerrar una escotilla y el mar llegó a zarandearlos sobre la cubierta como peleles. A bordo se quedan Mangouras, su jefe de máquinas y su primer oficial. El capitán no iba a echar de menos a su tripulación: «Llévenselos, aquí ya sólo son un problema», gritó a los equipos de rescate. A las cinco de la tarde el petrolero comienza a expulsar su carga de fuel oíl M-100, uno de los derivados más tóxicos del petróleo, un combustible en desuso; denso, viscoso, de difícil tratamiento y con alto contenido de azufre. Para corregir la escora, Mangouras llena de agua los tanques de lastre de babor. El buque queda casi nivelado (sólo 5 grados de desviación), pero los técnicos estiman que a cambio sufre «una severa sobrecarga». En la zona del rescate los vientos son de 74 kilómetros hora y las olas, de seis metros. El capitán ha apagado los motores. El reloj galopa mientras el armador, el Gobierno y las empresas de salvamento discuten sobre las condiciones del rescate. El viejo Prestige es un botín codicioso: sus 77.000 toneladas de fuel están valoradas en 60 millones de euros (10.000 millones de pesetas) y quién lo salve puede llevarse más de un 10% del pellizco.
En la primera noche, el Ría de Vigo es el único remolcador en la zona del siniestro. En camino van el Ibaizábal I y el Chiruca. El Sertosa32 tiene que dar vuelta por avería. A lo largo de la tarde-noche del miércoles, el Ministerio de Fomento asume (vía fax) el monopolio de la información oficial. A las 6.30 (tres horas después del accidente), Fomento emite un comunicado para dar cuenta de que un petrolero con bandera de Bahamas se está hundiendo a 50 kilómetros de Fisterra. A las ocho de la tarde, la compañía holandesa Smit (la que reflotó el submarino Kursk) firma con el armador el acuerdo que la hace cargo del rescate.
Al final del miércoles, el barco ha perdido unas 6.000 toneladas de fuel. La mancha es ya de diez kilómetros de largo y 300 metros de ancho. Galicia se acuesta con el anuncio del Gobierno de que el petrolero será alejado de inmediato a 120 millas de la costa.
Está arrancando un triste vodevil.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que fue una pasada, menudo desastre que habeis tenido.
Yo estuve alli en el verano y algunos sitios aun estaban sucios y daba pena ver esas costas llenas de luto.
Un saludo