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Septimo dia





















A las 8.50 de la mañana, en el séptimo día de atolondrada singladura hacia ningún sitio, sucedió lo que todo el mundo esperaba: el Prestige se partió. Se encontraba a 260 kilómetros de las Islas Cíes y había recorrido 243 millas (437 km). Sus bodegas albergan aún 66.000 toneladas de fuel y se calcula que al partirse pierde 5.000 toneladas más (según certificará Rajoy el viernes, tras el Consejo de Ministros).





Vientos del Suroeste y olas de seis metros empujan la nueva mancha en dirección a Galicia. La popa se hunde a las 12 del mediodía y la proa lo hará a las cuatro de la tarde. Los técnicos calculan que los restos del barco tardaron unas 20 horas en tocar el lecho oceánico, a 3.500 metros de profundidad. Se abre un gran debate: ¿qué ocurrirá con los tanques de fuel en esas aguas abisales, donde la temperatura es de 2,3 grados? El Gobierno, enarbolando a la bandera del optimismo hasta el final, da por hecho que el fuel se solidificará en los tanques, debido al frío. Algunos técnicos replican que los contenedores estallarán por la presión y la erosión y que el combustible, al ser menos denso que el agua, saldrá a la superficie. Al día siguiente, observadores franceses y portugueses detectarán nuevas bolsas de fuel en la zona donde se tronzó el petrolero. El Gobierno español lo desmentirá. Tras el hundimiento, se abre otro debate: ¿cuánto fuel ha derramado el Prestige? Álvarez Cascos lo resume así: perdió 6.000 toneladas en los primeros días y 5.000 al hundirse. La Voz de Galicia concreta que fueron 9.000 toneladas en la ruta costera y 11.000 en el naufragio. Arsenio Fernández de Mesa, parafraseando el «sólo sé que no sé nada» de Sócrates, lo resuelve con esta frase: «Hay una cifra clara, y es que la cantidad que se ha vertido no se sabe».
El Erika, el referente en el que todos piensan con congoja, dejó 10.000 toneladas hace tres años y Bretaña aún no ha cicatrizado la herida. Siete días después de que el océano se tragase al Prestige, el conselleiro de Pesca confirmará que el buque perdió 11.000 toneladas al irse a pique: el doble de lo que afirmó el Gobierno en un primer momento.
Aterriza Rajoy
En la mañana del hundimiento llega a Galicia Mariano Rajoy, la máxima autoridad que ha visitado hasta ahora la zona afectada. El Vicepresidente se sube a un helicóptero y perita los daños desde el aire. Luego ofrece una rueda de prensa en la sede de la Cofradía de Caión (una villa mínima, un roca encajonada en el mar que por causa de su desgracia ha visto estos días su nombre impreso en las primeras planas de los periódicos de medio mundo). Rajoy anuncia que se declarará la «zona de emergencia». Fiel a una coletilla que ha hecho fortuna entre nuestra clase política, explica que «las cosas se han hecho razonablemente bien», que el barco «se hundió a una distancia razonable y prudencial». Esa misma noche, Rajoy estará ya en un acto en Sevilla. En el día del hundimiento, Cañete, el ministro de Pesca, se encuentra en Madrid, participando en una conferencia sobre agricultura y desarrollo rural. Álvarez Cascos, el responsable de Fomento, ministerio que parece estar al mando del operativo, se halla también en Madrid. Jaume Matas, el Ministro de Medioambiente, está en Málaga, donde la inauguración de una depuradora reclama su atención. En el Parlamento de Galicia, los grupos son incapaces de consensuar una declaración institucional sobre la mayor tragedia ecológica de la historia del país. En el extranjero se escuchan palabras más duras. Chirac truena en el Eliseo contra «la incapacidad» de la UE para evitar catástrofes náuticas y se declara «horrorizado» por la marea negra que salpica Galicia. The New York Times, el rotativo más prestigioso del orbe, escribe que el desastre gallego «podría ser mayor que el que causó en Alaska el Exxon Valdez en 1989». En Inglaterra, The Guardian, opta por una mala uva cruel: «¿Tiene un problema pegajoso? No se preocupe, puede verterlo en las costas africanas». Salen a la luz datos para el sonrojo: ni en Galicia ni en ningún puerto de España hay un solo barco anticontaminación. Se sabe también que el Gobierno ha rechazado ofertas de ayuda de Alemania, Italia y Gran Bretaña. Los servicios de limpieza anuncian que mañana (al octavo día del desastre) comenzarán a contactar con los voluntarios que han llamado al teléfono de colaboración.
En la Ría de Arousa, los marineros, nerviosos e impotentes, proponen blindar la ría formando una barrera con sus barcos. En otros puertos, se habla de armar protecciones trenzando los aparejos de pesca. En Noia y en las bateas se apura la recolección de berberechos y mejillones mirando el reloj, porque el tiempo acerca nuevas manchas. Las mariscadoras de A Costa da Morte, embadurnadas hasta las cejas, ya sólo cosechan petróleo. Mañana, ocho días después del día en que empezó todo, vendrá Jaume Matas a tocar las papas de fuel de Barrañán con una mano enguantada. El jueves el turno de gira será para Rodríguez Zapatero y Manuel Fraga. El presidente de la Xunta llega a Caión con el aguinaldo, porque él «trae dinero» no como otros, que «sólo traen palabras». Lo sorprendente es que la ocurrencia de Fraga será saludada con aplausos por los vecinos.
El futuro
En los últimos 30 años, Galicia, la región más dependiente del mar de la UE, ha sufrido siete de los once mayores desastres náuticos de Europa. Unas 300.000 toneladas de petróleo han degradado las costas gallegas en esas tres décadas. El Prestige, a falta de los daños que puedan venir de los tanques que reposan bajo el Atlántico a 3.500 metros, ha propagado su peste a lo largo de más de 500 kilómetros del litoral gallego. Por extensión, es ya la mayor catástrofe ecológica de la historia de Galicia.
El Prestige dejará lecciones y tendrá consecuencias de toda índole. La catástrofe sufrida por Galicia ha agitado las conciencias europeas. Sin esperar al concurso de Aznar, el presidente del país afectado, Chirac y Schröeder pactaron el 22 de noviembre la toma de medidas para adelantar la prohibición de los buques de un solo casco, que estaba prevista para el lejano 2015. Por su parte, el Gobierno anunció que comprará nuevos remolcadores, de mayor potencia, y pretende imponer a las petroleras españolas la adquisición de barcos anticontaminación. La desgracia servirá a los científicos para aclarar qué sucede cuando los tanques de fuel se hunden en aguas profundas. Un robot submarino francés, similar al Abyssub 5000 que hurgó en las entrañas del Titanic, descenderá hasta la tumba del Prestige. Los restos del barco abren grietas además en la política doméstica. El golpe medioambiental provoca que los socialistas gallegos presenten una moción de censura contra el presidente de la Xunta, al que reprochan el haberse ido de caza a Aranjuez en el fin de semana del 17 y 18 de noviembre (un hecho que negó por dos veces ante la opinión pública). El petróleo ha embadurnado también la luna de miel entre Fraga y Beiras: tras la tregua de la merluza al albariño que escenificaron en un restaurante de Santiago vuelven a intercambiar epítetos hostiles con el vigor de antaño. Pero lo más importante del futuro se juega hoy en la costa. Galicia observa demudada una marea negra que navega totalmente fuera de control.

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