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Tercer Acto

El fin de semana del 6 de diciembre la marea blanca siguió a la ola negra. Galicia recibió a 10.000 voluntarios (equipar a cada uno cuesta unos 30 euros). Las llamadas solidarias colapsaron los teléfonos. Muxía se volvió cosmopolita (manos amigas japonesas, belgas, estadounidenses). El Ejército ocupó las playas.





El Nautile habló: su tercera inmersión demostró fotográficamente que el fuel fluía por varias grietas y tiró abajo la tesis de Rajoy, quien había explicado que allí en el fondo, a casi cuatro kilómetros de profundidad, sólo había «unos hilitos» en fase de «solidificación». Álvarez Cascos, el político que ordenó alejar el petrolero pasase lo que pasase, asume en Bruselas que «el Prestige es el Chernobil de España».El 12 de diciembre el chapapote continúa anegando A Lanzada, Carnota, la Ría de Pontevedra y la Costa da Morte. Fraga se quita de encima una discutida moción de censura. En una hora de discurso, sin autocrítica alguna, despacha las cuatro
horas de quejas de Pérez Touriño y Beiras, que le reclaman elecciones anticipadas. Sin embargo, el presidente está anímica y políticamente tocado. Al día siguiente de Navidad, apela en la sede del PP de Madrid a su condición de viejo fundador y pide «una discriminación positiva» a favor de Galicia que le permita «poder retirarme con dignidad». En la jornada de las mociones de censura, la empresa privada adelanta a los políticos: Inditex anuncia una donación de 6 millones de euros; Caixa Galicia, de 9 y la de Caixanova será de 12 millones. En Madrid se produce la única dimisión de un político por la catástrofe.
Es un oscuro diputado socialista en la Asamblea de Madrid. Se llama Antonio Carmona y un chascarrillo deplorable le cuesta el sillón: «El PSOE está sobrado de votos, pero si hace falta hundimos otro barco». Los socialistas volverán a empañar su labor crítica cuando se descubra que Caldera, portavoz parlamentario, manipuló un documento para fustigar a Rajoy. El viernes 13 hace honor a su leyenda de aciago. Ese día, la UE deja desnuda a Galicia. El presidente español naufraga en sus gestiones en la
Cumbre Europea de Copenhague y Bruselas sólo habilita para Galicia una partida extra de 5 millones de euros (el pasado verano, Alemania había recibido 414 millones de un fondo de solidaridad para paliar unas inundaciones). El Gobierno de Madrid calculó ante la UE que el coste de limpiar las playas sería de 200 millones. La UE asignó como ayuda especial el 2,5% de ese importe, de donde salen los 5 millones (menos que la aportación de Inditex o las cajas gallegas). Al final, el precio de regenerar la costa quintuplicó la cifra que Moncloa presentó ante Europa, por lo que la aportación de la UE pudo haber sido cinco veces mayor.
El domingo 15 de diciembre, Aznar tiene una cita en Washington con George Bush. Sería difícil explicar cómo es que el presidente acude antes a Estados Unidos que a Galicia. Así que el sábado 14, en víspera de volar a la Casa Blanca, acude a A Coruña. «Dije que vendría con los deberes hechos y aquí estoy». El presidente anuncia que desviará para Galicia 260 millones de euros (44.000 millones de pesetas) consignados para otros fines en los fondos europeos. El viaje relámpago dura tres horas. Aznar se atrinchera en la Torre de Vigilancia Marítima de A Coruña, con una manifestación a sus puertas. Francisco Vázquez, asumiendo ante la crisis un rol que imita el del alcalde neoyorquino Giuliani, arranca la promesa de un puerto exterior, una gran infraestructura de futuro. Aznar vuelve a Madrid. El Telediario subraya que de regreso «sobrevoló las Cíesy la zona del hundimiento». Dos días después aterriza el príncipe Felipe. Se baña de gente, come mejillones, escucha y deja un recado: «Que toda Galicia sepa que no está sola».

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