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El Gobierno

El naufragio del Prestige cogió al Gobierno con el paso cambiado. El mayor desastre ecológico de la historia de España pilló al ministro de Fomento de cacería en los Pirineos, al de Medio Ambiente en Doñana. Desde su expedición cinegética, Álvarez Cascos tuvo tiempo para enviar el 'Prestige' al 'quinto pino'. Aquella decisión fue la primera piedra de una actuación muy cuestionada por la ciudadanía.







Durante los primeros días de la tragedia, los gallegos se encontraron solos, desamparados e indefensos ante un drama descomunal: su costa y su mar envenenados por la fatal carga del petrolero. La Xunta estaba desaparecida. Tan sólo el Delegado del Gobierno en Galicia daba la cara y suministraba información. Aunque de aquella manera. Los partes de Arsenio Fernández de Mesa se contradecían frontalmente con las noticias que publicaban los medios independientes. Y con los informes que provenían del Instituto Hidrografico Portugues o del CEDRE francés. Lo que dijo la administración y lo que ocurrió no se parecía en nada.
Entre los gallegos, la indignación crecía. Mientras la sociedad civil de toda España se volcaba con ellos, el Estado les manifestaba cuando menos indiferencia.
Pasaron días antes de que la evidencia abocase al Gobierno a tomar otro tipo de medidas que enviar el petrolero al quinto pino o subrayar machaconamente que la situación estaba controlada mientras el chapapote se enseñoreaba de playas y acantilados.
El Gobierno perdía popularidad en la misma proporción en la que el petrolero, ya hundido, sembraba los mares con su veneno letal. En un intento desesperado por remontar el vuelo, Aznar desterró a Fernández de Mesa a la mudez más absoluta y puso a su primer vicepresidente, el pontevedrés Mariano Rajoy, al frente de la crisis.
Se había sustituido el actor principal. El Gobierno pisaba fuerte en un intento de salvar su imagen; ponía en escena a todo un candidato a la sucesión. Pero se olvidó de cambiar el guion: optimismo a raudales, eufemismos y expresiones sin sentido por un tubo y un fuerte apagón informativo pergeñaban una historia que no acababa de convencer a la ciudadanía.
Se trataba, por todos los medios, de minimizar el alcance de la tragedia. El intento, desesperado, no sino fracasar. Incluso cuatro días después de hundirse el petrolero, Rajoy evitaba utilizar la palabra marea negra. El vicepresidente sólo reconocía la existencia de un conjunto de manchas dispersas cuando dos grandes oleadas de chapapote ya habían mancillado buena parte de los 1.000 kilómetros de costa de Galicia.

'Hilillos de plastilina' y playas esplendorosas
La estrategia del caracol seguida por Madrid tocó fondo cuando el batiscafo ‘Nautile’ reveló las primeras imágenes del ‘Prestige’ en su tumba abisal. El gigante marino no descansaba en paz; había proferido su maldición contra el océano y la cumplía vomitando su carga emponzoñada. Sin embargo, las 150 toneladas que soltaba cada día eran, para Rajoy, "HILILLOS DE PLASTILINA"
El absurdo se había instalado en el discurso de los protagonistas del drama. Y por momentos se rozaba el esperpento: el ministro de Defensa, Federico Trillo, el mismo que apuntó la posibilidad de hundir el petrolero con un F-18, llegó a decir que las playas gallegas estaban ‘esplendorosas’ tras sobrevolar buena parte de la costa gallega. Mientras, miles de personas se dejaban el alma combatiendo sin medios el flujo constante de chapapote.
Los primeros marineros que acometieron la limpieza de la costa lo hicieron en la más absoluta precariedad, los voluntarios que querían ayudar no obtenían respuesta concreta a sus demandas y la presencia del ejército fue prácticamente simbólica hasta después de la visita del Rey a las playas afectadas.
Las instituciones, excepto los ayuntamientos, no estaban a la altura del comportamiento ejemplar de la sociedad civil, pero nadie asumió responsabilidades. Mientras buena parte de la sociedad gallega pedía dimisiones, el Gobierno echaba balones fuera y buscaba culpables. Primero se apuntó a Gibraltar, se encarceló al capitán Mangouras y se pidió la dimisión del portavoz parlamentario del PSOE, Jesús Caldera, que mutiló un documento oficial para intentar hacer más sangre en la imagen herida del PP.
La torpeza del escudero de Rodríguez Zapatero dio aire a un Gobierno casi asfixiado, que se encontró con la excusa perfecta para hacer oposición a la oposición. Broncas parlamentarias, declaraciones insultantes y abandonos del partido en el poder convirtieron a la Cámara Baja en un parlamento muy particular. Mientras, se constataba que la clase política española tiene una característica propia: es alérgica a las dimisiones. Un desastre de la magnitud del que vivió Galicia solo se cobró directamemte una víctima política. No se trató de ninguna figura de relumbrón. El sacrificado fue un diputado socialista en Madrid, que hizo una broma cruel y poco afortunada.
El único dimitido no tenía ninguna responsabilidad. El PP decidió blindar a los suyos y vetó la comparecencia de De Mesa ante la comisión de investigación creada en O Hórreo.

Aznar se esconde en A Coruña
Aznar no vino a Galicia hasta treinta y un días después del accidente. Cuando las rías ya afrontaban el envite de la tercera marea negra, el presidente del Gobierno, aterrizó con un paquete de cien medidas bajo el brazo para afrontar la crisis. Había acudido a Europa en busca de una ayuda que no llegó. Desde Bruselas solo se habilitaron cinco millones de euros extra. El resto del dinero comunitario ya estaba asignado a España.
En un intento de cambiar el rumbo, Aznar asumió los errores cometidos por su gabinete, pidió disculpas a los gallegos por la falta de medios y destacó la labor de los ciudadanos. Pero el presidente se refugió en la torre de control marítimo de A Coruña. Abajo le esperaban 1.000 manifestantes. No llegó a verlos. Tampoco, que se sepa, ha visto el chapapote con sus propios ojos.

El Plan Galicia
Rajoy dejó en enero su puesto de bombero del Gobierno al veterano Rodolfo Martín Villa. Mientras el exministro de UCD se ocupaba de toda la información técnica, el PP decidió cambiar de enemigo. Si en diciembre empleó toda su artillería contra el PSOE, al que tildó de electoralista y oportunista, en enero le tocó a Nunca Máis convertirse en el demonio particular de los populares.
La plataforma, en la que el BNG desempeña un papel relevante, ha organizado las mayores manifestaciones de la historia de Galicia y no ha dejado de reclamar responsabilidades políticas al Gobierno.
La imagen del Gobierno y del Partido Popular estaba muy deteriorada. En un auténtico golpe de efecto, Aznar respondió con la mayor inversión de la historia de la comunidad.
El Plan Galicia preveía la inversión de 12.459,5 millones de euros y contemplaba un AVE de verdad, un tren capaz de llegar a la alta velocidad, entre otras iniciativas. El propio presidente avalaba el proyecto con su compromiso personal, se trataba de cumplir sus ‘deberes’ con Galicia. Empero no se estipulaba un plazo de ejecución global.
Apenas un mes más tarde del Consejo de Ministros de A Coruña, se descubrió que el gran plan de Aznar no había deslumbrado a los gallegos. Una encuesta de Sondaxe mostraba que sólo el 15% de la población percibía el programa de inversiones como una respuesta acertada y suficiente. El palo para el Gobierno no terminaba ahí, un 40% de los ciudadanos se mostraban partidarios de que la Administración pague con dimisiones su actuación en la catástrofe.

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