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La Xunta

La crisis del Prestige provoca la división del Gobierno gallego en dos bandos
-Fraga perdió a su delfín, Cuiña, salpicado por un escándalo económico relacionado con la venta de material para la limpieza del litoral
-La imagen pública del presidente resultó gravemente dañada por la actuación del Gobierno central y de la propia Xunta.






El 13-N, un verdugo llamado ‘Prestige’ decidió torturar por tiempo indefinido a Galicia. Cuando el petrolero apareció frente a las costas de Muxía, el Gobierno de España concluyó que no había motivo para la alarma: habían decidido alejar el buque de la costa.
Convencidos de la bondad de su decisión, ministros y altos cargos enarbolaron la bandera del optimismo. Mientras Arias Cañete y Jaume Matas quitaban hierro al alcance de la tragedia que se cernía sobre Galicia, Álvarez Cascos, titular de la cartera de Fomento y de las competencias sobre el mar, estaba desaparecido.

Fraqa se fue de cacería
No había marea negra y el problema pronto estaría solucionado. La postura oficial del Ejecutivo se hizo dogma y la Xunta se plegó a la doctrina del alejamiento y el optimismo: las competencias pertenecían a Madrid. Fraga se fue de cacería y tardó nueve días en visitar las zonas afectadas. Mientras, el delegado del Gobierno en Galicia, Arsenio Fernández de Mesa, se convertía en la cara oficial de la administración en la crisis.
La información proveniente de Portugal y Francia y la labor de los medios de comunicación independientes no cuajaban con el panorama de color rosa pintado por las autoridades. En su afán de quitarle hierro a la mayor catástrofe ecológica de la historia de España, se decretó un apagón informativo que aumentó aún más si cabe la indignación de los gallegos por la actuación de sus gobernantes.
Proscrita y desterrada la expresión marea negra, Aznar puso a Mariano Rajoy al frente de la crisis para tratar de evitar que los hilillos de plastilina que salían del ‘Prestige’ salpicasen aún más a su partido. De Mesa desapareció, pero los hechos seguían negando al Gobierno el acierto que proclamaba en sus manifestaciones a la opinión pública.

Crispación en el PP
En el PP gallego la crispación iba en aumento. Fraga, muy cuestionado por la opinión pública a causa de su ausencia durante los primeros días de la crisis, llegó a pedir perdón ‘por si había alguna falta’ el 5 de diciembre. Siete días después, a sus 80 años recién cumplidos, afrontaba una doble moción de censura en O Hórreo que fue eclipsada por la lucha heroica de los marineros para salvar las Rías Baixas. Las imágenes de los marineros recogiendo fuel con sus propias manos dieron la vuelta al mundo y pusieron aún más en entredicho la actuación de las administraciones.
La oposición siguió líneas distintas, aunque las tácticas de PSOE y BNG en ocasiones se superpusieran e intercambiaran. Los socialistas apostaron desde el primer momento, sobre todo en Galicia, por la vía de la confrontación en las instituciones, mientras el BNG daba prioridad a la movilización social combinada con las iniciativas en los parlamentos, aunque terminó presentando su propia moción de censura.

Mociones de trámite
Respaldado por la holgada mayoría absoluta del PP, la votación fue un trámite. Pero la imagen de Fraga estaba más erosionada que nunca. Tanto que días después llegó a pedirle a Aznar que le 'ayudase a terminar su mandato y retirarse con dignidad'.
A lo largo de trece años de gobierno, los gabinetes de Fraga se habían ganado a pulso la fama de monolíticos. Al menos de puertas afuera no trascendían grandes divergencias. Ese mito se rompió con la crisis del ‘Prestige’. A primeros de diciembre trascendió que el Consello de la Xunta había sido el escenario de una gran batalla. Se enfrentaron los conselleiros de perfil político, como Pérez Varela, Aurelio Miras y José Cuíña, con los técnicos, encabezados por Orza y López Veiga.

La caída del delfín
Cuíña y los suyos impusieron su tesis: la administración autonómica debía implicarse más en la lucha contra la marea negra y debía seguir una línea diferente a la del Gobierno central. La Xunta pasó a coordinar el voluntariado y aceptó que se formase una comisión de investigación en el parlamento autonómico. El barón dezano ganó esa batalla, pero perdió la guerra. El gobierno gallego se había dividido en dos bandos. Y mostrado una imagen inédita en la era Fraga, de parálisis y desconcierto.
Nadie imaginaba que un mes después el pretendido delfín de Fraga tendría que dimitir de su cargo tras trece años al frente de la todopoderosa Cotop. Cuíña, ausente de los micrófonos y los flashes en la crisis del ‘Prestige’, se veía salpicado por el chapapote en forma de escándalo. Una empresa de su familia vendió material para la limpieza del litoral a otra compañía. Y Fraga reclamó su dimisión bajo la amenaza de cese.
La actitud de Cuíña en los días siguientes al hundimiento del petrolero facilitó los movimientos de quienes provocaron su caída. El ex conselleiro no tenía grandes apoyos en la calle Génova. Aunque los detonantes oficiales de su marcha hayan sido irregularidades económicas, no pocos achacaron a Madrid una intervención decisiva en la destitución.
Si se da crédito a esta versión, se habría roto otro mito ya bastante en entredicho, el de la autonomía de los populares gallegos frente a la dirección central.

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